Nuestro primer intercambio (primera parte)
Hola, mi nombre es Judit, aunque no es mi nombre real, porque de momento quiero mantener la privacidad al máximo. Estoy felizmente casada con Pedro, que tampoco es su nombre real.
Hace un tiempo que venimos hablando en casa que estaría bien probar a compartir experiencias con otra pareja. Todo un poco difuso, pero tanto mi marido como yo sabemos de lo que estamos hablando, queremos tener sexo con más gente, juntos.
Mi marido mide 1,70 aproximadamente. Es delgado, pero con cierto desarrollo muscular. No está fuertísimo, pero ya me entendéis. Moreno, ojos oscuros, nada sobresaliente, pero es guapo y está bien dotado. No es un monstruo, pero sus 17-18 centímetros están muy bien acompañados de un grosor proporcionado, tirando a grande. A mí me gusta recalcarle, además, que sus testículos son perfectos. Están en su sitio, grandes y pesados. Me encantan.
Yo soy castaña de ojos color miel, un poco oscuros. Me encanta mi pelo, que crece abundante con ondulaciones naturales hasta bajar entre los hombros y media espalda. Mido 1,60, soy delgada, puede que algo más de la cuenta, no tengo cadera pero sí puedo agradecer tener un culo que, según Pedro, es un culazo que marca lo que tiene que marcar. Diferentes son mis pechos, más bien pequeños, acompañando al resto del cuerpo, con unos pezones pronunciados y con areolas pequeñas. Él dice que soy muy guapa, pero yo lo dejaría más bien en algo normal.
El caso es que nos íbamos a pasar un fin de semana a un hotel spa en Andorra y decidimos buscar a algún contacto por allí para iniciarnos juntos en conocer más gente en algún lugar que no sea donde residimos. Escribí a bastante gente.
Durante días no hubo respuesta. Lo cierto es que pensaba que sería más fácil.
Llegó el día de irnos y seguíamos igual, así que nos lo planteamos como una escapada más. Cogimos el coche e iniciamos la ruta.
Llegamos el viernes por la tarde. Hacía algo de frío.
El hotel era precioso. Entramos, nos registramos, fuimos a la habitación y a cenar al restaurante del hotel. La comida nos sorprendió muy gratamente. Había poca gente. Una pareja a lo lejos y un grupo de cuatro personas detrás de mí.
Cenamos, hicimos la reserva del spa en recepción para el sábado por la tarde y nos fuimos a la habitación.
La habitación era amplia, con un sillón, una mesa redonda, un escritorio y un espejo en el pasillo. Lo cierto es que pensé que ese espejo daría más juego frente a la cama, pero estaba pensado para mirarse al vestirse, no al desvestirse.
Además, tenía un precioso balcón, con algunas plantas que daba a un río y a la carretera que bajaba hacia otros pueblos.
Me fui a la ducha para asearme. Pedro se quedó embobado con la televisión. Cuando salí del baño se levantó como un tiro para pasar él a la ducha. Solamente llevaba los bóxer, y por lo abultado que estaba parecía que sabía que íbamos a hacer el amor. No estaba duro, pero sí se notaba que la ****** estaba haciéndolo crecer.
Le besé tiernamente mientras pegaba mi cuerpo al suyo y nuestras lenguas jugaron una con la otra. Baje por su pecho y su abdomen, besándolo todo a mi paso y dejando un ligero rastro húmedo. Ya de rodillas bajé el bóxer para encontrarme con su pene semi erecto.
Puse mis manos en su culo, cerré los ojos e inhalé el olor embriagador de sus genitales. El olor a sexo me vuelve loca. Levanté la mirada, le agarré los testículos y estiré la piel hacia abajo para que su pene, que ya apuntaba al cielo, bajara hacia mí. Estaba ya medio descapullado. Puse mi lengua bajo el glande y lo envolví con mi boca. Apenas cerré la piel se retiró, liberándolo totalmente. Un par de movimientos de vaivén bastaron para arrancarle un delicioso gemido.
Con sus manos en mi cabeza apretó ligeramente, intentando ganar algún centímetro dentro de mi boca, pero lo cierto es que no me da para más. Cerré los ojos al tocar fondo.
Pedro alivió la presión y yo empecé a levantarme. Me besó y yo ronroneé como una gata mientras le cogía el pene y le masturbaba lentamente.
"No tardes", le dije.
Se fue a la ducha y yo me senté en el sillón. Me pregunté cuántas parejas habrían hecho el amor en ese mismo sillón sobre el que me sentaba y mi ya mojada entrepierna empezó a lubricar sobreabundantemente, hasta el punto de manchar la tela mientras paseaba mi dedo corazón por mi sexo, esparciendo mis flujos, y me pellizcaba un pezón con la otra mano.
"Vaya, vaya... ¿me he perdido algo?"
Pedro hablaba mientras se acercaba. Ya no estaba erecto, pero sabía que no tardaría. Me puse en pie y le dije "ven".
Abrí la puerta del balcón y salí. Ya era de noche, las luces del hotel iluminaban la terraza que había abajo y un trozo de la carretera. Se oía el murmullo de algunas personas que estaban tomando algo fuera, pero no las veía desde ahí.
Apoyé mis manos en la barandilla de madera y me arqueé, exponiéndome.
No hicieron falta instrucciones. Pedro se arrodilló detrás de mí y me soltó un sonoro azote en la nalga derecha que me cogió totalmente por sorpresa.
"¡¡¡Aaahhhhh!!!"
Me hizo soltar un gemido más alto de lo que hubiera querido. Estaba convencida de que alguien me habría escuchado y un calor invadió mi cuerpo. La ****** se me agolpaba en las sienes y cuando me intenté dar la vuelta Pedro, de rodillas todavía, me agarró fuertemente la cadera y me posicionó otra vez contra la barandilla. Abrió mis nalgas y pasó su lengua de abajo arriba por mi ano con una presión nada desdeñable.
"¡¡¡Uuuhhhh!!!"
Me giró en un instante y apoyé la espalda en la barandilla. Todavía no me había bajado la ****** de la cabeza y a pesar de la baja temperatura estaba fuertemente acalorada. Subió mi pierna izquierda por encima de su hombro y empezó a devorar mi entrepierna.
"Joder... sí... sigue, sigue..." - Intentaba no alzar demasiado la voz.
Se levantó antes de que me corriera. Yo le miraba a los ojos, desencajada, hasta que bajé la mirada a su pene. Estaba durísimo, tan estirado y ancho que parecía que iba a explotar en cualquier momento.
Se abalanzó sobre mí, puso una mano en mi nalga y me levantó un poco. Le rodeé con ambas piernas y apoyé mis manos detrás, en la barandilla, como pude.
La penetración fue instantánea, profunda e inesperada. Tuve un orgasmo increíble que me obligó a soltar la barandilla y agarrarle fuertemente.
"Oh joder cariño, sí, síii, ahhh"
Mi vulva palpitaba y se agarraba cada centímetro de su miembro.
Pasados unos segundos pude abrir los ojos y le miré fijamente.
Consciente de la situación, susurré:
"Qué cabrón, ni te has puesto el condón. Cómo me pones..."
Aunque estamos casados, yo no uso métodos anticonceptivos hormonales. Pocas veces nos regalamos sexo sin protección, por motivos evidentes, y porque además es uno de mis grandes fetiches: sexo sin protección con riesgo de embarazo.
"Pero te ha gustado, ¿verdad?" - dijo él.
Le dí una palmada en el culo para que me bajara. La retirada de su pene fue extremadamente placentera.
Me arrodillé con el paisaje como testigo y empecé a limpiarle todos mis flujos de su señor pollón. No me m*****é en disimular el ruido que hacía al meter, sacar y chupar. Tampoco disimulé que me encanta el sabor de mi propio sexo en su pene.
Dediqué un buen tiempo a hacerle la mejor mamada que pude hasta que me dijo que se iba a correr.
Me saqué el pene de la boca.
"Y te vas a correr enseguida".
Limpié el pene tan bien como pude del abundante líquido preseminal y me puse en pie.
"Dame un par de empujones más, anda, que me tienes loca".
Sin pensarlo mucho apoyé en la barandilla con los brazos. Me cogió por la cintura y esta vez me penetró lentamente, maximizando el roce.
Cuando me hubo penetrado completamente se retiró igual de despacio, pero no del todo. Dejó la punta dentro.
"¿Estás lista?"
"Vamos" - dije sin girarme, mirando hacia el cielo.
Qué embestida me metió... No entiendo cómo es posible tal empujón, pero juro que fue sensacional. Grité y poco me importó ya.
"Otra vez, dame otra vez". Le reclamaba más de lo mismo.
Una segunda embestida sobrevino.
"Ohhhh Dios mío síiii... Sólo una más, cariño"
Y vino la tercera.
Totalmente satisfecha empecé a incorporarme, pero no me dejó. Rápidamente empezó una serie de entradas y salidas furiosas. Me corrí nuevamente al son de su pubis golpeando mis nalgas, notando deliciosamente sus testículos rebotar en mi clítoris. No duraría más de medio minuto el frenesí cuando dijo que se iba a correr.
Me di la vuelta y, nuevamente de rodillas, agarré su pene que, quizás por mi percepción totalmente desajustada, parecía más grande de lo habitual.
Podría decir que le masturbé, pero realmente quise continuar sus embestidas con mi mano. Fue duro, y rápido. Lo tenía agarrado fuertemente y mi mano se deslizaba desde la base hasta el glande sin aflojar la presión.
"¡Me corro!" - Es todo lo que alcanzó a seguir. Si efectivamente había alguien abajo, no tenía dudas de que le habrían escuchado.
El semen salió disparado en potentes ráfagas, pero yo no paré mi movimiento. Empezó a gemir, pero casi sin voz, mientras seguía martirizando su bendita polla.
En pocos segundos se tuvo que apoyar en la barandilla y empezaron a flojearle las piernas.
Unos segundos más tarde me detuve.
"Joder casi me matas..." - me dijo Pedro.
Me levanté sabiendo que lo había disfrutado muchísimo.
"Si te digo un par de empujones, son un par de empujones. Que me vas a preñar, joder..."
No estaba enfadada, ni mucho menos. Le di la espalda y mientras caminaba hacia la cama me iba tocando el clítoris.
"Cierra porfa, que hace frío".
Me tumbé en la cama, abrí las piernas y seguí masajeando el clítoris mientras Pedro entraba, cerraba y venía hacia mí.
"Dame uno más antes de ir a dormir, cariño."
No hubo negativa, nunca la hay. Solamente complicidad.
Apagó la luz y se dedicó a comerme lentamente hasta que quedé satisfecha.
"Buenas noches, mi amor"
"Buenas noches".
Hace un tiempo que venimos hablando en casa que estaría bien probar a compartir experiencias con otra pareja. Todo un poco difuso, pero tanto mi marido como yo sabemos de lo que estamos hablando, queremos tener sexo con más gente, juntos.
Mi marido mide 1,70 aproximadamente. Es delgado, pero con cierto desarrollo muscular. No está fuertísimo, pero ya me entendéis. Moreno, ojos oscuros, nada sobresaliente, pero es guapo y está bien dotado. No es un monstruo, pero sus 17-18 centímetros están muy bien acompañados de un grosor proporcionado, tirando a grande. A mí me gusta recalcarle, además, que sus testículos son perfectos. Están en su sitio, grandes y pesados. Me encantan.
Yo soy castaña de ojos color miel, un poco oscuros. Me encanta mi pelo, que crece abundante con ondulaciones naturales hasta bajar entre los hombros y media espalda. Mido 1,60, soy delgada, puede que algo más de la cuenta, no tengo cadera pero sí puedo agradecer tener un culo que, según Pedro, es un culazo que marca lo que tiene que marcar. Diferentes son mis pechos, más bien pequeños, acompañando al resto del cuerpo, con unos pezones pronunciados y con areolas pequeñas. Él dice que soy muy guapa, pero yo lo dejaría más bien en algo normal.
El caso es que nos íbamos a pasar un fin de semana a un hotel spa en Andorra y decidimos buscar a algún contacto por allí para iniciarnos juntos en conocer más gente en algún lugar que no sea donde residimos. Escribí a bastante gente.
Durante días no hubo respuesta. Lo cierto es que pensaba que sería más fácil.
Llegó el día de irnos y seguíamos igual, así que nos lo planteamos como una escapada más. Cogimos el coche e iniciamos la ruta.
Llegamos el viernes por la tarde. Hacía algo de frío.
El hotel era precioso. Entramos, nos registramos, fuimos a la habitación y a cenar al restaurante del hotel. La comida nos sorprendió muy gratamente. Había poca gente. Una pareja a lo lejos y un grupo de cuatro personas detrás de mí.
Cenamos, hicimos la reserva del spa en recepción para el sábado por la tarde y nos fuimos a la habitación.
La habitación era amplia, con un sillón, una mesa redonda, un escritorio y un espejo en el pasillo. Lo cierto es que pensé que ese espejo daría más juego frente a la cama, pero estaba pensado para mirarse al vestirse, no al desvestirse.
Además, tenía un precioso balcón, con algunas plantas que daba a un río y a la carretera que bajaba hacia otros pueblos.
Me fui a la ducha para asearme. Pedro se quedó embobado con la televisión. Cuando salí del baño se levantó como un tiro para pasar él a la ducha. Solamente llevaba los bóxer, y por lo abultado que estaba parecía que sabía que íbamos a hacer el amor. No estaba duro, pero sí se notaba que la ****** estaba haciéndolo crecer.
Le besé tiernamente mientras pegaba mi cuerpo al suyo y nuestras lenguas jugaron una con la otra. Baje por su pecho y su abdomen, besándolo todo a mi paso y dejando un ligero rastro húmedo. Ya de rodillas bajé el bóxer para encontrarme con su pene semi erecto.
Puse mis manos en su culo, cerré los ojos e inhalé el olor embriagador de sus genitales. El olor a sexo me vuelve loca. Levanté la mirada, le agarré los testículos y estiré la piel hacia abajo para que su pene, que ya apuntaba al cielo, bajara hacia mí. Estaba ya medio descapullado. Puse mi lengua bajo el glande y lo envolví con mi boca. Apenas cerré la piel se retiró, liberándolo totalmente. Un par de movimientos de vaivén bastaron para arrancarle un delicioso gemido.
Con sus manos en mi cabeza apretó ligeramente, intentando ganar algún centímetro dentro de mi boca, pero lo cierto es que no me da para más. Cerré los ojos al tocar fondo.
Pedro alivió la presión y yo empecé a levantarme. Me besó y yo ronroneé como una gata mientras le cogía el pene y le masturbaba lentamente.
"No tardes", le dije.
Se fue a la ducha y yo me senté en el sillón. Me pregunté cuántas parejas habrían hecho el amor en ese mismo sillón sobre el que me sentaba y mi ya mojada entrepierna empezó a lubricar sobreabundantemente, hasta el punto de manchar la tela mientras paseaba mi dedo corazón por mi sexo, esparciendo mis flujos, y me pellizcaba un pezón con la otra mano.
"Vaya, vaya... ¿me he perdido algo?"
Pedro hablaba mientras se acercaba. Ya no estaba erecto, pero sabía que no tardaría. Me puse en pie y le dije "ven".
Abrí la puerta del balcón y salí. Ya era de noche, las luces del hotel iluminaban la terraza que había abajo y un trozo de la carretera. Se oía el murmullo de algunas personas que estaban tomando algo fuera, pero no las veía desde ahí.
Apoyé mis manos en la barandilla de madera y me arqueé, exponiéndome.
No hicieron falta instrucciones. Pedro se arrodilló detrás de mí y me soltó un sonoro azote en la nalga derecha que me cogió totalmente por sorpresa.
"¡¡¡Aaahhhhh!!!"
Me hizo soltar un gemido más alto de lo que hubiera querido. Estaba convencida de que alguien me habría escuchado y un calor invadió mi cuerpo. La ****** se me agolpaba en las sienes y cuando me intenté dar la vuelta Pedro, de rodillas todavía, me agarró fuertemente la cadera y me posicionó otra vez contra la barandilla. Abrió mis nalgas y pasó su lengua de abajo arriba por mi ano con una presión nada desdeñable.
"¡¡¡Uuuhhhh!!!"
Me giró en un instante y apoyé la espalda en la barandilla. Todavía no me había bajado la ****** de la cabeza y a pesar de la baja temperatura estaba fuertemente acalorada. Subió mi pierna izquierda por encima de su hombro y empezó a devorar mi entrepierna.
"Joder... sí... sigue, sigue..." - Intentaba no alzar demasiado la voz.
Se levantó antes de que me corriera. Yo le miraba a los ojos, desencajada, hasta que bajé la mirada a su pene. Estaba durísimo, tan estirado y ancho que parecía que iba a explotar en cualquier momento.
Se abalanzó sobre mí, puso una mano en mi nalga y me levantó un poco. Le rodeé con ambas piernas y apoyé mis manos detrás, en la barandilla, como pude.
La penetración fue instantánea, profunda e inesperada. Tuve un orgasmo increíble que me obligó a soltar la barandilla y agarrarle fuertemente.
"Oh joder cariño, sí, síii, ahhh"
Mi vulva palpitaba y se agarraba cada centímetro de su miembro.
Pasados unos segundos pude abrir los ojos y le miré fijamente.
Consciente de la situación, susurré:
"Qué cabrón, ni te has puesto el condón. Cómo me pones..."
Aunque estamos casados, yo no uso métodos anticonceptivos hormonales. Pocas veces nos regalamos sexo sin protección, por motivos evidentes, y porque además es uno de mis grandes fetiches: sexo sin protección con riesgo de embarazo.
"Pero te ha gustado, ¿verdad?" - dijo él.
Le dí una palmada en el culo para que me bajara. La retirada de su pene fue extremadamente placentera.
Me arrodillé con el paisaje como testigo y empecé a limpiarle todos mis flujos de su señor pollón. No me m*****é en disimular el ruido que hacía al meter, sacar y chupar. Tampoco disimulé que me encanta el sabor de mi propio sexo en su pene.
Dediqué un buen tiempo a hacerle la mejor mamada que pude hasta que me dijo que se iba a correr.
Me saqué el pene de la boca.
"Y te vas a correr enseguida".
Limpié el pene tan bien como pude del abundante líquido preseminal y me puse en pie.
"Dame un par de empujones más, anda, que me tienes loca".
Sin pensarlo mucho apoyé en la barandilla con los brazos. Me cogió por la cintura y esta vez me penetró lentamente, maximizando el roce.
Cuando me hubo penetrado completamente se retiró igual de despacio, pero no del todo. Dejó la punta dentro.
"¿Estás lista?"
"Vamos" - dije sin girarme, mirando hacia el cielo.
Qué embestida me metió... No entiendo cómo es posible tal empujón, pero juro que fue sensacional. Grité y poco me importó ya.
"Otra vez, dame otra vez". Le reclamaba más de lo mismo.
Una segunda embestida sobrevino.
"Ohhhh Dios mío síiii... Sólo una más, cariño"
Y vino la tercera.
Totalmente satisfecha empecé a incorporarme, pero no me dejó. Rápidamente empezó una serie de entradas y salidas furiosas. Me corrí nuevamente al son de su pubis golpeando mis nalgas, notando deliciosamente sus testículos rebotar en mi clítoris. No duraría más de medio minuto el frenesí cuando dijo que se iba a correr.
Me di la vuelta y, nuevamente de rodillas, agarré su pene que, quizás por mi percepción totalmente desajustada, parecía más grande de lo habitual.
Podría decir que le masturbé, pero realmente quise continuar sus embestidas con mi mano. Fue duro, y rápido. Lo tenía agarrado fuertemente y mi mano se deslizaba desde la base hasta el glande sin aflojar la presión.
"¡Me corro!" - Es todo lo que alcanzó a seguir. Si efectivamente había alguien abajo, no tenía dudas de que le habrían escuchado.
El semen salió disparado en potentes ráfagas, pero yo no paré mi movimiento. Empezó a gemir, pero casi sin voz, mientras seguía martirizando su bendita polla.
En pocos segundos se tuvo que apoyar en la barandilla y empezaron a flojearle las piernas.
Unos segundos más tarde me detuve.
"Joder casi me matas..." - me dijo Pedro.
Me levanté sabiendo que lo había disfrutado muchísimo.
"Si te digo un par de empujones, son un par de empujones. Que me vas a preñar, joder..."
No estaba enfadada, ni mucho menos. Le di la espalda y mientras caminaba hacia la cama me iba tocando el clítoris.
"Cierra porfa, que hace frío".
Me tumbé en la cama, abrí las piernas y seguí masajeando el clítoris mientras Pedro entraba, cerraba y venía hacia mí.
"Dame uno más antes de ir a dormir, cariño."
No hubo negativa, nunca la hay. Solamente complicidad.
Apagó la luz y se dedicó a comerme lentamente hasta que quedé satisfecha.
"Buenas noches, mi amor"
"Buenas noches".
1 年 前